domingo, 22 de mayo de 2011

Comiezo

El comienzo del rencor

En una pieza llena de humedad, con la pintura descascarada, una puerta que se cae a pedazos, ¿cómo se supone que las palabras sean por lo menos alegres? ¿A qué bastardo se le ocurriría escribir sobre citas, fiestas, banquetes, bailes si tuviera la nariz impregnada del olor a paredes viejas y venidas a menos? Si sus elegantes bibliotecas en la sala de escritura no fueran más que un par de tablas abandonadas en la calle que solo sirven para que no se pudran unos pocos libros, ¿de qué hablarían? ¿Me complacerían con sus largas y ermitañas horas en sus escritorios? ¿Se imaginan, mientras se paran a buscar en el diccionario términos no convencionales, que leo sus libros en un sillón reconfortante, en la sala de lectura, con el fuego delante mío? ¿Es a ese lector es al que se dirigen? ¿Ese que hace una mueca de sonrisa escueta y frígida cuando debe nombrar a sus escritores favoritos?

Acá, las palabras solo caen como la pintura, sin gracia, solo se desprenden e inician su suicidio hacia el mugroso piso, ahí los espero.

Galardones

Como a todo sector elitista en el mundo del arte o las letras, a veces les parece atractiva la idea de invitar a un ser al que jamás le hablarían si les pidiera ayuda en la calle. Habían leído uno de mis pocos relatos publicados y se habían sorprendido por su "autenticidad". El relato era un pobre intento de darle un toque de “psicología analítica” a una trama sin valor, pero hay que tener cuidado cuando se hace eso porque los señores elegantes e intelectuales son fácilmente atraídos por porquerías de ese estilo e intentarán darte una mención o algo, que bien les gustaría darse a ellos mismos por leer tanto.

Bien, fue una carta con una invitación, me otorgaban un galardón en reconocimiento a nuevos escritores, algo así como un bautismo, una iniciación dentro de ese grupo tan fenomenal de gente tan brillante. La ceremonia se realizaría la semana siguiente en algún lugar de capital.

A pesar del poco respeto que le había tenido a esa clase de eventos, estaba confundido, sentía que por lo menos reconocían algo en mí, pero eso es justamente a lo que montones de ellos han sucumbido, engrosando el ego hasta ponerse en posiciones que nadie les ha otorgado. Sentí asco por mi confusión y me prometí dejar de escribir un tiempo, contestar amablemente que no iría y olvidarme de esto.

Dime que lo harás

Durante días solo había escrito por trabajo, mal pago y poco relevante, donde trataba de no ofender a nadie a cambio de vivir en una habitación que cada vez se hacía más chica, pero la gente sabia de las letras había dado con el teléfono de mi vecina y la llamaban cada día para conversar conmigo. Un día atendí, y del otro lado un señor de voz amable me comentaba sobre las ventajas de estar en la entrega de premios, los editores que asisten, las oportunidades de publicar, la ventaja de ser uno de los premiados y sobre todo, su interpretación del relato.
También me preguntaba si él había interpretado lo correcto, y no, claro que no, pero importaba tan poco que le decía que si. Sin duda era de esos expertos en relaciones públicas, aunque no me interesaba sentía que era grosero de mi parte colgar el tubo y me justificaba diciendo que me encantaría, pero tenía mucho trabajo por terminar, que intentaría terminar todo a tiempo pero no le podía asegurar nada.
Me dijo que él estaba dispuesto a publicar algo, que le lleve propuestas y él me buscaría el trato más conveniente, “¿Tienes material para presentarme no?”, “Si, si, por supuesto”, lo que pareció responder también a la pregunta, “¿Quieres hacer negocio conmigo?”, antes de finalizar el llamado, cambió su voz de hábil empresario a un tono paternal y me dijo, “Piénsalo, puede ser un gran empujón para tu carrera, dime que lo harás, piensa en las oportunidades”

Oportunidades

Renunciando a mi promesa de no escribir, no pude contenerme y escribí solo frases sueltas sobre voluntades desdobladas, puños que aplastaban gente y estallaban haciendo volar dinero hacia los lados o solo aire, ese era el juego, y me sentía cada vez más parte de él, sentía el puño arriba mío aplastándome amablemente para ver si podía sacar algo de efectivo.

Oportunidades II

En las paredes decía “Oportunidades”, estaba atado en una silla, en el medio de la pieza, con la boca vendada, todos mis escritos volaban alrededor mío, hacían un ruido ensordecedor hasta que uno queda justo delante de mis ojos; decía “¿Tienes miedo de intentar?”

Basura

Había tenido una noche horrible, no paraban de llamar al teléfono de mi vecina ya que la entrega era la noche siguiente, yo no contestaba y sentía que no se alimentaban sólo de las buenas palabras, sino que de arruinar a quienes rechazaban ese paraíso.

Escuché los pasos por el pasillo y supe que era él, cuando llegó a la puerta de mi habitación preguntó si había alguien y golpeó, lo pude ver a través de las cortinas, vestía como debía hacerlo y llevaba una sonrisa de esas que llevan horas de prácticas frente al espejo. “Respeto que no puedas ir a la entrega, sólo vine a ver si tienes algún material para darme, tengo un grupo de gente interesada en publicarte”.

Basura, eso era él, y eso eran mis cuadernos, los tiré en el tacho junto con hojas de diario y le abrí, le grité que no había nada para él ni para nadie ahí, y sentí su puño presionándome contra el piso, el viento y una hoja que decía “¿Tienes miedo de intentar?”, y otra “¿Tienes miedo de intentar?”, y otra “¿Tienes miedo de intentar?”

Grité tan fuerte como pude para que desaparezcan, tanto, que desaparecieron con cada letra que había escrito.

Desierto

Estaba en la misma pieza, pero ya sin nada, mis cuadernos, parte de mí, se había ido.

Viento

En medio del silencio el viento abrió la ventana, otra hoja “Página 1”

Comienzo.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Cercos

Detrás de la estación del tren una casa vieja y descuidada aguantaba cada temblor con las ventanas abiertas, las pestañas se movían a su paso, pesado, incansable, repleto de gente. Esta casa siempre llamó la atención de quienes no hacíamos mas que caminar por sus alrededores, sin obligaciones y sin la vertiginosidad que propone toda estación, pues, siempre tuve la duda sobre si estaba abandonada o no, o si alguna vez sus habitantes, al salir a disfrutar en el patio de entrada, se encontraron con que les habían construido ya una ciudad, unas torres a unas cuadras, kioscos a los costados y locales de comida al paso. Siempre había pensado que en el caso de no estar abandonada sus habitantes deberían ser ya mayores y sordos, que se habían visto ante la imposibilidad de mudarse. También pensé que sus hijos posiblemente habían ya tratado de convencerlos para abandonar la vivienda, haciendose ellos con el dinero de la empresa ferroviaria y los viejos condenados a un geriátrico de mala muerte. En sí, un geriátrico.

Esta mañana, vi movimiento, había un señor de unos 40 años haciendo trabajos de jardinería y me acerqué de poco, siempre con mi poca actitud y con mi cámara de fotos como escudo. Por muchos segundos no me dirigió la mirada, lo cual me ponía en el aprieto de pensar si dando pasos más fuertes o quizás tosiendo podría lograr que me mire, y luego algo diría. Tenía la piel bronceada como la gente que ha trabajado incansablemente bajo el sol durante años, como si se hubiesen enterado que la sabiduría se encontraba cavando. ¿Y por qué no? De chico había aprendido que si algo hacía la gente para salvar sus posesiones era enterrarlas.

No había pasado mucho tiempo, yo había empezado a tomar algunas fotos mientras el sujeto desde adentro parecía disponerse a descansar, pues encendía un cigarro y se secaba la frente con la toalla que llevaba colgada en su espalda. Le pregunté si era el dueño de la casa y si le molestaba que le saque algunas fotos, me contestó con el cigarro de costado pero no pude entender sus palabras claramente, aunque con su mano me indicaba que espere. Se acercó luego de darle unas pitadas mas, tirar y pisar el cigarrillo.

El reflejo del sol en la cámara daba contra los vidrios de la ventana trasera, luego se desviaba hacia algún punto en su interior, se veía un placard antiguo, de una madera oscura. Mientras me hablaba trataba de seguir los reflejos, de mirar hacia el interior de la casa. Me preguntó si quería pasar a verla, me dijo que solo quedaban algunas pertenencias de los dueños anteriores y que no era el primer interesado en ella.

“Ya has venido tres veces, la conoces, sólo que no lo recuerdas”

Mucho de lo mágico de aquella casa estaba en que al salir a jugar en los pastos cercanos a la estación uno se encontraba con su hermoso patio, sus ventanas siempre abiertas y lucia como recién abandonada, aunque nunca nos animamos a entrar, pero sobre todo era curioso como se diferenciaba de todo su entorno, parecía tener una vida propia y lejana al común del barrio.

Mientras caminaba hacia la puerta que daba al patio, sentí otra vez la mirada, él me miraba fijamente a los ojos, sus cejas y sus labios eran tan fríos, sin voluntad, solamente me miraba como sabiendo que me entregaba, no se molestaba en apartar la mirada si yo volteaba a verlo. Abrí la puerta y él se detuvo, siguió mirándome hasta que entré. Los pisos de madera, un pasillo iluminado por la luz del sol entre las cortinas, el ruido era a soledad, sentía mis pasos retumbar contra todas las paredes, casi podían mover los retratos que adornaban todo el largo del pasillo. Caminé hasta el final y vi un gran comedor vacío, quedaban algunos muebles tapados con sábanas viejas y todo estaba cubierto por polvo. Hacia un lado y hacia otro había algunas puertas, era difícil orientarme, tenía la sensación de encontrarme perdido todo el tiempo. De verdad estaba perdido.

Un ventilador de pie todavía seguía girando, a medida que me acercaba se hacía más fuerte su ruido, un ruido casi áspero, ruido oxidado, las aspas chocaban alguna parte de la protección y esa fricción marcaba los segundos como un cronómetro improvisado. El pobre viento que producía el aparato hacía mover los papeles de la mesa, no era mi intención revisar la casa, buscaba volver a la puerta con algunas fotos para demostrarle al jardinero lo que había hecho y solamente satisfacer algo de la curiosidad que siempre me había producido, pero las hojas comenzaron a volar, cayendo a mi lado. Recogí una pequeña hoja con un breve texto, el papel ya estaba amarillento y parecía fácil de resquebrajar.

"Las cucharas golpeaban las tazas, de estar tan acostumbrados el uno al otro revolvían al unísono, faltaba poco para que todos den sorbos al mismo tiempo también, así fueron todas sus tardes gran parte de sus vidas. Yo desprecio cada segundo en la mesa con ellos, desearía poder gritarles que se han convertido en un montón de nada, pero una nada que logra enfurecerme. Ellos no contestarían más que con llantos y gritos escandalosos, seguramente todos al mismo tiempo, se levantarían de la mesa y se irían a sus cuartos y quizá, con suerte, alguno finalmente abra la puerta del patio, cruce el cerco y se deje arrollar por el tren. Pero no podía hablar, su estupidez era el escudo más efectivo, yo no sabía si deseaba lastimarlos tanto, se veían al mismo tiempo inocentes en su superficialidad, en sus risas exageradas y en sus modales"

Mis ojos se habían quedado fijos en el papel, lo sostenía cada vez más fuerte, cada palabra podía haber sido mía, eran mías, y lo apreté hasta que se fundió en mi piel, en mis manos, y luego solo pude abrazarme, con cada brazo temblando.
Ahora el viento corría de ventana a ventana, caminé y otra anotación vino a mí, desde las ventanas podía ver que el sujeto del patio seguía mi recorrido, podía ver sus manos en la ventana, apoyándose para mirar hacia adentro mientras los papeles volaban por toda la habitación. Estaba asustado, perdido, lleno de emociones encontradas y mis emociones siempre habían tendido a jugarme en contra.

"El vaso se rompió, sus restos se esparcieron por todo el piso, yo caí de espaldas golpeando contra una mesa. Fue una vergüenza levantarme ante la mirada de todos en la casa, mientras se tapaban la boca con ambas manos en un gesto de asombro, pero había dado el primer paso, mi padre sangraba, tenía el labio partido, pudo haber avanzado sobre mí y terminado todo, pero yo me levanté, ambos nos quedamos quietos mirándonos fijo, maldiciéndonos. Ya no nos unía nada, se dio vuelta y se fue rechazando la ayuda de mi madre que corrió detrás de él. Mis hermanas me miraban sorprendidas, poco hubiesen hecho ellas para liberarse de semejante escoria, pero no, ellas no lo harían, eran lo mismo, eran iguales, todos acá lo eran. Debía marcharme, empacar y salir de la casa en sus narices, ya no me podían prohibir nada."

Oí la puerta, oí pasos pero los oía en todas direcciones, no podía adivinar de donde procedían. Había ingresado el jardinero, su mirada era extrañamente parecida a la de mi padre, su rostro también. Sacó un arma y me la lanzó, me sonrió y bajó la cabeza en un gesto que me llenó de serenidad. Tomé el arma y le disparé en la cabeza.

Otra vez crucé el cerco, esta vez para no regresar.

lunes, 13 de septiembre de 2010

# Nú

Había perdido ya la inmensa gracia de sentir que cada árbol aquí, a orillas de la ruta, estaba conectado conmigo. Los pastos quemados por el sol y por el frío, amarillentos y quebradizos, se movían y sonaban con el roce de mis pies. En otra época había sido importante para mí encontrar en los lugares una conexión, algo que me arrastre a lo esencial y más vital del ser.

Mi auto se había quedado hacia ya largos kilómetros y yo seguía caminando hasta el pueblo más cercano en busca de algún taller mecánico o algún teléfono.

Pasaron unos largos kilómetros y aun más largos minutos hasta que logré ver una casa y luego, hacia atrás, algunas montañas, aunque no podía saber a que distancia.

Me acerqué despacio, imitando ese ritmo tan tranquilo en que parece girar todo, para quedarme quieto y que el mundo sea una escalera mecánica, bueno, por lo menos esas cosas pensaba.

La ruta se veía ya vieja, el asfalto deteriorado y en sus bordes parecía hacer una lenta transición formada por cientos de pequeños pedazos de asfalto, la tierra y el pasto, y allá, unos metros más allá, vi lo que parecía un joven sentado, en la parada de algún micro.

Me acerqué y lentamente subí la vista, era un señor, un anciano, estaba seguro que había visto un joven, casi un niño desde lejos.

Me miró pasar pero ninguno de los dos dijo nada aunque yo esperaba alguna palabra de su parte. Miraba mis pasos y las hojas jugaban a correrse carreras entre los pastos y mis pies, alguna quedaba atrapada en los pastos mas altos que parecían abrazarla para devolverle la vida pero era inútil, ni el agua que bajaba kilómetros adentro, de entre las montañas, parecía de una magia semejante como para devolvernos la vida, no desde tan lejos.

Subí los medanos ya alejándome del camino asfaltado, quería acercarme más a mí. Hacia el otro lado se veían las hermosas praderas dándole introducción a las montañas, el lago era calmo y el agua que corría desde lo alto de las montañas brillaba con el sol como las más tiernas sonrisas. Había mucho silencio, solamente el viento azotaba en periodos intermitentes y dentro de mí, cada vez que me empujaba, sentía ganas de gritar de alegría, es una rara sensación la de volver a pertenecer, y es agradable cuando todo habla de eternidad.

Vi la luna despetar, vi el sol, y los pastos por los que caminaba eran tan eternos como mis pasos.

# Stíga

Azotaba la ciudad una especie de niebla, mezclada con el calor del subterráneo y el gris de los grandes edificios antiguos con hermosas y amplias ventanas de madera. En el cielo miles de pájaros negros parecían volar cada vez más cerca y el viento jugaba con nuestras ropas como juega con la arena y el mar. En la avenida las luces encendidas de los autos daban un tono pálido y triste, se movían con lentitud, respetuosamente, como si todos se hubiesen quedado sin gasolina en el mismo instante y procuraran dejar seguir la marcha hasta que sus ruedas ya no giren mas. Parecía fácil cruzar. Caminaba como todos los días, sin mirar a los costados, ni adelante, solamente caminaba tranquilamente. Una tras otras las cuadras parecían repetirse, la entrada de vidrio acá, el escalón de mármol blanco gastado y resquebrajado, el cantero y al final, la salida del subterráneo. Luego la gente, los zapatos, las tres compañeras, detrás más gente, 5, 6, la anciana que camina lentamente contra la pared, sujetandose, y luego todos apresurados, saliendo del subterráneo, con pasos firmes y decididos. Al llegar a la esquina cruzo sin mirar, los autos cada vez más detenidos, y otra vez la entrada de vidrio, el escalón, las 3 compañeras, la anciana y otra vez perdido entre montones. En el cielo pájaros negros; el viento soplaba con fuerza y sin embargo la niebla parecía estacionada, los pasajeros del suberráneo, como una ola enorme, me empujaban con ellos, hacia ningún lado más que el principio. La sofocación creció a cada instante, y en la desesperación decidí envestír a cada humano que se cruce, y entonces caminé, contra todos, chocándolos con todas mis fuerzas, pero nadie se movió, todos siguieron, algunos me susurraban algo pero la mayoría me ignoró, hasta que en mi rostro la desesperación se hizo visible y unos pocos pararon para acariciarme con una mano, pasarla suavemente por mis mejillas, y aunque yo suplicara a gritos una ayuda, eso era todo, se iban, mirandome. Fue ahí cuando pude prestar atención a sus rostros, no eran siempre los mismos, de hecho nunca se repetían, aunque si se repetía la distribución, la anciana, las compañeras, la gente que salía del subterráneo. En varios intento me fue imposible poder entrar mientras todos salían, y el portero de la entrada de vídrio jamás dirigió su cara hacia mí. Estaba irritado, pero sobre todo me sentía sofocado. Caminé nuevamente, había decidido esperar sentado en la calle por ayuda, sabía que necesitaba alguna ayuda, pero los autos no se acercaban. También debía olvidar la idea de que me atropellen y terminen con esto. En unas cuadras, nosé cuántas había caminado, tan solo algunas cuadras separaban al hombre que era de este ser al que ya no le importaba morir, habían sido unos pasos, y solamente el sentimiento de sofocación había llevado la desesperación al máximo, la repetición, el escalón, el cantero y sobre todo la indiferencia de los miles que aún salían por el subterráneo, que no se corrían para dejarme pasar, solamente, en su indiferencia, me unían en su camino sin sentido para mi, pues más allá de la niebla no podía llegar. Me desplomé en la entrada de un edificio, tenía un fuerte dolor en la espalda, sentía que se abría mi piel, el ruido de huesos abriendo tejidos, el dolor era intenso pero en mi rostro no había emociones. A través del reflejo en el vidrio de entrada pude ver mis alas desgarrando ambos lados la piel para extenderse de a poco, mi ojos ya eran los de esos pájaros negros que volaban en la niebla y esta era tal vez, mi única salida.

# Blóm

Estabamos de un momento a otro en busca de la verdad o de un camino de regreso adonde nunca pudimos estar. Si el sol acariciaba las hojas de los robustos arboles altos o si en ese momento la hermosa brisa del otoño nos sopló al oído su armoniosa melodía no lo recuerdo, el otoño había desaparecido.

Eramos un todo que se resquebrajaba y ardía en mil partes, eramos el instante previo a la explosión y los miles de perdigones nos lastimaban para soltarse. Así, cada momento, al llenar de aire nuestros pulmones, nos volvíamos lágrimas, impotencia y rabia.
En la ventana se veía el sol, una y otra vez, y nosotros rendidos, inertes en el piso esperando encontrar ese camino que nos lleve al olvido lo mirabamos salir y cada nuevo día él se encargó de secarnos, como la flor que ha sido abandonada en el baldío. Para nosotros todo solo fue eso, secarnos o pudrirnos y después nada.

# Von

Todo llegaba a su fin, se desgarraba el alma de mí. No me importaba. Hubiera abierto mi camisa en una explosión de furia, en ese desafío, en ese anímate si puedes, ven y enfréntame. No te pido clemencia, tortúrame, hazlo lento, hazme sentir este cuerpo por última vez, que mis brazos se quiebren, que mis lágrimas inunden este rostro, estos ojos que no te piden piedad, lejos, te animan a más. Porque mi cuerpo es perverso, porque gusta de morir rápido y morir lento, gusta de ese último aliento, del fuego en la piel, del fuego y del aniquilamiento.

Inquebrantable no era yo, eso era mentira, acá nunca existía, acá nunca se existe, se renuncia o se asesina. Se asesina en nombre de la mentira, en nombre de la buena vida, para que el fuego te consuma, para que mueras y no creas, para que seas lápida, para que seas huesos, cenizas y silencio. Y si renuncias, y si realmente renuncias firmas tu sentencia, esperas que te aten los brazos, esperas sus gritos, improperios, maldiciones, esperas que te rocíen de combustible y finalmente lancen un trozo de papel mal cortado con punta de fuego. Arderás, arderás en ese infierno, yo lo sentí y aún lo siento, mis pies y mis piernas, ese cuerpo, eso que era, arde, se extingue, desaparece, se vuelve viento, se vuelve tierra, no tiene tiempos, sos presente, soy presente, no existe otra cosa, acá nunca se existe.

Nos obligan a vivir de dos maneras, bien o mal.