Había perdido ya la inmensa gracia de sentir que cada árbol aquí, a orillas de la ruta, estaba conectado conmigo. Los pastos quemados por el sol y por el frío, amarillentos y quebradizos, se movían y sonaban con el roce de mis pies. En otra época había sido importante para mí encontrar en los lugares una conexión, algo que me arrastre a lo esencial y más vital del ser.
Mi auto se había quedado hacia ya largos kilómetros y yo seguía caminando hasta el pueblo más cercano en busca de algún taller mecánico o algún teléfono.
Pasaron unos largos kilómetros y aun más largos minutos hasta que logré ver una casa y luego, hacia atrás, algunas montañas, aunque no podía saber a que distancia.
Me acerqué despacio, imitando ese ritmo tan tranquilo en que parece girar todo, para quedarme quieto y que el mundo sea una escalera mecánica, bueno, por lo menos esas cosas pensaba.
La ruta se veía ya vieja, el asfalto deteriorado y en sus bordes parecía hacer una lenta transición formada por cientos de pequeños pedazos de asfalto, la tierra y el pasto, y allá, unos metros más allá, vi lo que parecía un joven sentado, en la parada de algún micro.
Me acerqué y lentamente subí la vista, era un señor, un anciano, estaba seguro que había visto un joven, casi un niño desde lejos.
Me miró pasar pero ninguno de los dos dijo nada aunque yo esperaba alguna palabra de su parte. Miraba mis pasos y las hojas jugaban a correrse carreras entre los pastos y mis pies, alguna quedaba atrapada en los pastos mas altos que parecían abrazarla para devolverle la vida pero era inútil, ni el agua que bajaba kilómetros adentro, de entre las montañas, parecía de una magia semejante como para devolvernos la vida, no desde tan lejos.
Subí los medanos ya alejándome del camino asfaltado, quería acercarme más a mí. Hacia el otro lado se veían las hermosas praderas dándole introducción a las montañas, el lago era calmo y el agua que corría desde lo alto de las montañas brillaba con el sol como las más tiernas sonrisas. Había mucho silencio, solamente el viento azotaba en periodos intermitentes y dentro de mí, cada vez que me empujaba, sentía ganas de gritar de alegría, es una rara sensación la de volver a pertenecer, y es agradable cuando todo habla de eternidad.
Vi la luna despetar, vi el sol, y los pastos por los que caminaba eran tan eternos como mis pasos.
Mi auto se había quedado hacia ya largos kilómetros y yo seguía caminando hasta el pueblo más cercano en busca de algún taller mecánico o algún teléfono.
Pasaron unos largos kilómetros y aun más largos minutos hasta que logré ver una casa y luego, hacia atrás, algunas montañas, aunque no podía saber a que distancia.
Me acerqué despacio, imitando ese ritmo tan tranquilo en que parece girar todo, para quedarme quieto y que el mundo sea una escalera mecánica, bueno, por lo menos esas cosas pensaba.
La ruta se veía ya vieja, el asfalto deteriorado y en sus bordes parecía hacer una lenta transición formada por cientos de pequeños pedazos de asfalto, la tierra y el pasto, y allá, unos metros más allá, vi lo que parecía un joven sentado, en la parada de algún micro.
Me acerqué y lentamente subí la vista, era un señor, un anciano, estaba seguro que había visto un joven, casi un niño desde lejos.
Me miró pasar pero ninguno de los dos dijo nada aunque yo esperaba alguna palabra de su parte. Miraba mis pasos y las hojas jugaban a correrse carreras entre los pastos y mis pies, alguna quedaba atrapada en los pastos mas altos que parecían abrazarla para devolverle la vida pero era inútil, ni el agua que bajaba kilómetros adentro, de entre las montañas, parecía de una magia semejante como para devolvernos la vida, no desde tan lejos.
Subí los medanos ya alejándome del camino asfaltado, quería acercarme más a mí. Hacia el otro lado se veían las hermosas praderas dándole introducción a las montañas, el lago era calmo y el agua que corría desde lo alto de las montañas brillaba con el sol como las más tiernas sonrisas. Había mucho silencio, solamente el viento azotaba en periodos intermitentes y dentro de mí, cada vez que me empujaba, sentía ganas de gritar de alegría, es una rara sensación la de volver a pertenecer, y es agradable cuando todo habla de eternidad.
Vi la luna despetar, vi el sol, y los pastos por los que caminaba eran tan eternos como mis pasos.
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