Azotaba la ciudad una especie de niebla, mezclada con el calor del subterráneo y el gris de los grandes edificios antiguos con hermosas y amplias ventanas de madera. En el cielo miles de pájaros negros parecían volar cada vez más cerca y el viento jugaba con nuestras ropas como juega con la arena y el mar. En la avenida las luces encendidas de los autos daban un tono pálido y triste, se movían con lentitud, respetuosamente, como si todos se hubiesen quedado sin gasolina en el mismo instante y procuraran dejar seguir la marcha hasta que sus ruedas ya no giren mas. Parecía fácil cruzar. Caminaba como todos los días, sin mirar a los costados, ni adelante, solamente caminaba tranquilamente. Una tras otras las cuadras parecían repetirse, la entrada de vidrio acá, el escalón de mármol blanco gastado y resquebrajado, el cantero y al final, la salida del subterráneo. Luego la gente, los zapatos, las tres compañeras, detrás más gente, 5, 6, la anciana que camina lentamente contra la pared, sujetandose, y luego todos apresurados, saliendo del subterráneo, con pasos firmes y decididos. Al llegar a la esquina cruzo sin mirar, los autos cada vez más detenidos, y otra vez la entrada de vidrio, el escalón, las 3 compañeras, la anciana y otra vez perdido entre montones. En el cielo pájaros negros; el viento soplaba con fuerza y sin embargo la niebla parecía estacionada, los pasajeros del suberráneo, como una ola enorme, me empujaban con ellos, hacia ningún lado más que el principio. La sofocación creció a cada instante, y en la desesperación decidí envestír a cada humano que se cruce, y entonces caminé, contra todos, chocándolos con todas mis fuerzas, pero nadie se movió, todos siguieron, algunos me susurraban algo pero la mayoría me ignoró, hasta que en mi rostro la desesperación se hizo visible y unos pocos pararon para acariciarme con una mano, pasarla suavemente por mis mejillas, y aunque yo suplicara a gritos una ayuda, eso era todo, se iban, mirandome. Fue ahí cuando pude prestar atención a sus rostros, no eran siempre los mismos, de hecho nunca se repetían, aunque si se repetía la distribución, la anciana, las compañeras, la gente que salía del subterráneo. En varios intento me fue imposible poder entrar mientras todos salían, y el portero de la entrada de vídrio jamás dirigió su cara hacia mí. Estaba irritado, pero sobre todo me sentía sofocado. Caminé nuevamente, había decidido esperar sentado en la calle por ayuda, sabía que necesitaba alguna ayuda, pero los autos no se acercaban. También debía olvidar la idea de que me atropellen y terminen con esto. En unas cuadras, nosé cuántas había caminado, tan solo algunas cuadras separaban al hombre que era de este ser al que ya no le importaba morir, habían sido unos pasos, y solamente el sentimiento de sofocación había llevado la desesperación al máximo, la repetición, el escalón, el cantero y sobre todo la indiferencia de los miles que aún salían por el subterráneo, que no se corrían para dejarme pasar, solamente, en su indiferencia, me unían en su camino sin sentido para mi, pues más allá de la niebla no podía llegar. Me desplomé en la entrada de un edificio, tenía un fuerte dolor en la espalda, sentía que se abría mi piel, el ruido de huesos abriendo tejidos, el dolor era intenso pero en mi rostro no había emociones. A través del reflejo en el vidrio de entrada pude ver mis alas desgarrando ambos lados la piel para extenderse de a poco, mi ojos ya eran los de esos pájaros negros que volaban en la niebla y esta era tal vez, mi única salida.
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