lunes, 13 de septiembre de 2010

# Nú

Había perdido ya la inmensa gracia de sentir que cada árbol aquí, a orillas de la ruta, estaba conectado conmigo. Los pastos quemados por el sol y por el frío, amarillentos y quebradizos, se movían y sonaban con el roce de mis pies. En otra época había sido importante para mí encontrar en los lugares una conexión, algo que me arrastre a lo esencial y más vital del ser.

Mi auto se había quedado hacia ya largos kilómetros y yo seguía caminando hasta el pueblo más cercano en busca de algún taller mecánico o algún teléfono.

Pasaron unos largos kilómetros y aun más largos minutos hasta que logré ver una casa y luego, hacia atrás, algunas montañas, aunque no podía saber a que distancia.

Me acerqué despacio, imitando ese ritmo tan tranquilo en que parece girar todo, para quedarme quieto y que el mundo sea una escalera mecánica, bueno, por lo menos esas cosas pensaba.

La ruta se veía ya vieja, el asfalto deteriorado y en sus bordes parecía hacer una lenta transición formada por cientos de pequeños pedazos de asfalto, la tierra y el pasto, y allá, unos metros más allá, vi lo que parecía un joven sentado, en la parada de algún micro.

Me acerqué y lentamente subí la vista, era un señor, un anciano, estaba seguro que había visto un joven, casi un niño desde lejos.

Me miró pasar pero ninguno de los dos dijo nada aunque yo esperaba alguna palabra de su parte. Miraba mis pasos y las hojas jugaban a correrse carreras entre los pastos y mis pies, alguna quedaba atrapada en los pastos mas altos que parecían abrazarla para devolverle la vida pero era inútil, ni el agua que bajaba kilómetros adentro, de entre las montañas, parecía de una magia semejante como para devolvernos la vida, no desde tan lejos.

Subí los medanos ya alejándome del camino asfaltado, quería acercarme más a mí. Hacia el otro lado se veían las hermosas praderas dándole introducción a las montañas, el lago era calmo y el agua que corría desde lo alto de las montañas brillaba con el sol como las más tiernas sonrisas. Había mucho silencio, solamente el viento azotaba en periodos intermitentes y dentro de mí, cada vez que me empujaba, sentía ganas de gritar de alegría, es una rara sensación la de volver a pertenecer, y es agradable cuando todo habla de eternidad.

Vi la luna despetar, vi el sol, y los pastos por los que caminaba eran tan eternos como mis pasos.

# Stíga

Azotaba la ciudad una especie de niebla, mezclada con el calor del subterráneo y el gris de los grandes edificios antiguos con hermosas y amplias ventanas de madera. En el cielo miles de pájaros negros parecían volar cada vez más cerca y el viento jugaba con nuestras ropas como juega con la arena y el mar. En la avenida las luces encendidas de los autos daban un tono pálido y triste, se movían con lentitud, respetuosamente, como si todos se hubiesen quedado sin gasolina en el mismo instante y procuraran dejar seguir la marcha hasta que sus ruedas ya no giren mas. Parecía fácil cruzar. Caminaba como todos los días, sin mirar a los costados, ni adelante, solamente caminaba tranquilamente. Una tras otras las cuadras parecían repetirse, la entrada de vidrio acá, el escalón de mármol blanco gastado y resquebrajado, el cantero y al final, la salida del subterráneo. Luego la gente, los zapatos, las tres compañeras, detrás más gente, 5, 6, la anciana que camina lentamente contra la pared, sujetandose, y luego todos apresurados, saliendo del subterráneo, con pasos firmes y decididos. Al llegar a la esquina cruzo sin mirar, los autos cada vez más detenidos, y otra vez la entrada de vidrio, el escalón, las 3 compañeras, la anciana y otra vez perdido entre montones. En el cielo pájaros negros; el viento soplaba con fuerza y sin embargo la niebla parecía estacionada, los pasajeros del suberráneo, como una ola enorme, me empujaban con ellos, hacia ningún lado más que el principio. La sofocación creció a cada instante, y en la desesperación decidí envestír a cada humano que se cruce, y entonces caminé, contra todos, chocándolos con todas mis fuerzas, pero nadie se movió, todos siguieron, algunos me susurraban algo pero la mayoría me ignoró, hasta que en mi rostro la desesperación se hizo visible y unos pocos pararon para acariciarme con una mano, pasarla suavemente por mis mejillas, y aunque yo suplicara a gritos una ayuda, eso era todo, se iban, mirandome. Fue ahí cuando pude prestar atención a sus rostros, no eran siempre los mismos, de hecho nunca se repetían, aunque si se repetía la distribución, la anciana, las compañeras, la gente que salía del subterráneo. En varios intento me fue imposible poder entrar mientras todos salían, y el portero de la entrada de vídrio jamás dirigió su cara hacia mí. Estaba irritado, pero sobre todo me sentía sofocado. Caminé nuevamente, había decidido esperar sentado en la calle por ayuda, sabía que necesitaba alguna ayuda, pero los autos no se acercaban. También debía olvidar la idea de que me atropellen y terminen con esto. En unas cuadras, nosé cuántas había caminado, tan solo algunas cuadras separaban al hombre que era de este ser al que ya no le importaba morir, habían sido unos pasos, y solamente el sentimiento de sofocación había llevado la desesperación al máximo, la repetición, el escalón, el cantero y sobre todo la indiferencia de los miles que aún salían por el subterráneo, que no se corrían para dejarme pasar, solamente, en su indiferencia, me unían en su camino sin sentido para mi, pues más allá de la niebla no podía llegar. Me desplomé en la entrada de un edificio, tenía un fuerte dolor en la espalda, sentía que se abría mi piel, el ruido de huesos abriendo tejidos, el dolor era intenso pero en mi rostro no había emociones. A través del reflejo en el vidrio de entrada pude ver mis alas desgarrando ambos lados la piel para extenderse de a poco, mi ojos ya eran los de esos pájaros negros que volaban en la niebla y esta era tal vez, mi única salida.

# Blóm

Estabamos de un momento a otro en busca de la verdad o de un camino de regreso adonde nunca pudimos estar. Si el sol acariciaba las hojas de los robustos arboles altos o si en ese momento la hermosa brisa del otoño nos sopló al oído su armoniosa melodía no lo recuerdo, el otoño había desaparecido.

Eramos un todo que se resquebrajaba y ardía en mil partes, eramos el instante previo a la explosión y los miles de perdigones nos lastimaban para soltarse. Así, cada momento, al llenar de aire nuestros pulmones, nos volvíamos lágrimas, impotencia y rabia.
En la ventana se veía el sol, una y otra vez, y nosotros rendidos, inertes en el piso esperando encontrar ese camino que nos lleve al olvido lo mirabamos salir y cada nuevo día él se encargó de secarnos, como la flor que ha sido abandonada en el baldío. Para nosotros todo solo fue eso, secarnos o pudrirnos y después nada.

# Von

Todo llegaba a su fin, se desgarraba el alma de mí. No me importaba. Hubiera abierto mi camisa en una explosión de furia, en ese desafío, en ese anímate si puedes, ven y enfréntame. No te pido clemencia, tortúrame, hazlo lento, hazme sentir este cuerpo por última vez, que mis brazos se quiebren, que mis lágrimas inunden este rostro, estos ojos que no te piden piedad, lejos, te animan a más. Porque mi cuerpo es perverso, porque gusta de morir rápido y morir lento, gusta de ese último aliento, del fuego en la piel, del fuego y del aniquilamiento.

Inquebrantable no era yo, eso era mentira, acá nunca existía, acá nunca se existe, se renuncia o se asesina. Se asesina en nombre de la mentira, en nombre de la buena vida, para que el fuego te consuma, para que mueras y no creas, para que seas lápida, para que seas huesos, cenizas y silencio. Y si renuncias, y si realmente renuncias firmas tu sentencia, esperas que te aten los brazos, esperas sus gritos, improperios, maldiciones, esperas que te rocíen de combustible y finalmente lancen un trozo de papel mal cortado con punta de fuego. Arderás, arderás en ese infierno, yo lo sentí y aún lo siento, mis pies y mis piernas, ese cuerpo, eso que era, arde, se extingue, desaparece, se vuelve viento, se vuelve tierra, no tiene tiempos, sos presente, soy presente, no existe otra cosa, acá nunca se existe.

Nos obligan a vivir de dos maneras, bien o mal.