lunes, 1 de noviembre de 2010

Cercos

Detrás de la estación del tren una casa vieja y descuidada aguantaba cada temblor con las ventanas abiertas, las pestañas se movían a su paso, pesado, incansable, repleto de gente. Esta casa siempre llamó la atención de quienes no hacíamos mas que caminar por sus alrededores, sin obligaciones y sin la vertiginosidad que propone toda estación, pues, siempre tuve la duda sobre si estaba abandonada o no, o si alguna vez sus habitantes, al salir a disfrutar en el patio de entrada, se encontraron con que les habían construido ya una ciudad, unas torres a unas cuadras, kioscos a los costados y locales de comida al paso. Siempre había pensado que en el caso de no estar abandonada sus habitantes deberían ser ya mayores y sordos, que se habían visto ante la imposibilidad de mudarse. También pensé que sus hijos posiblemente habían ya tratado de convencerlos para abandonar la vivienda, haciendose ellos con el dinero de la empresa ferroviaria y los viejos condenados a un geriátrico de mala muerte. En sí, un geriátrico.

Esta mañana, vi movimiento, había un señor de unos 40 años haciendo trabajos de jardinería y me acerqué de poco, siempre con mi poca actitud y con mi cámara de fotos como escudo. Por muchos segundos no me dirigió la mirada, lo cual me ponía en el aprieto de pensar si dando pasos más fuertes o quizás tosiendo podría lograr que me mire, y luego algo diría. Tenía la piel bronceada como la gente que ha trabajado incansablemente bajo el sol durante años, como si se hubiesen enterado que la sabiduría se encontraba cavando. ¿Y por qué no? De chico había aprendido que si algo hacía la gente para salvar sus posesiones era enterrarlas.

No había pasado mucho tiempo, yo había empezado a tomar algunas fotos mientras el sujeto desde adentro parecía disponerse a descansar, pues encendía un cigarro y se secaba la frente con la toalla que llevaba colgada en su espalda. Le pregunté si era el dueño de la casa y si le molestaba que le saque algunas fotos, me contestó con el cigarro de costado pero no pude entender sus palabras claramente, aunque con su mano me indicaba que espere. Se acercó luego de darle unas pitadas mas, tirar y pisar el cigarrillo.

El reflejo del sol en la cámara daba contra los vidrios de la ventana trasera, luego se desviaba hacia algún punto en su interior, se veía un placard antiguo, de una madera oscura. Mientras me hablaba trataba de seguir los reflejos, de mirar hacia el interior de la casa. Me preguntó si quería pasar a verla, me dijo que solo quedaban algunas pertenencias de los dueños anteriores y que no era el primer interesado en ella.

“Ya has venido tres veces, la conoces, sólo que no lo recuerdas”

Mucho de lo mágico de aquella casa estaba en que al salir a jugar en los pastos cercanos a la estación uno se encontraba con su hermoso patio, sus ventanas siempre abiertas y lucia como recién abandonada, aunque nunca nos animamos a entrar, pero sobre todo era curioso como se diferenciaba de todo su entorno, parecía tener una vida propia y lejana al común del barrio.

Mientras caminaba hacia la puerta que daba al patio, sentí otra vez la mirada, él me miraba fijamente a los ojos, sus cejas y sus labios eran tan fríos, sin voluntad, solamente me miraba como sabiendo que me entregaba, no se molestaba en apartar la mirada si yo volteaba a verlo. Abrí la puerta y él se detuvo, siguió mirándome hasta que entré. Los pisos de madera, un pasillo iluminado por la luz del sol entre las cortinas, el ruido era a soledad, sentía mis pasos retumbar contra todas las paredes, casi podían mover los retratos que adornaban todo el largo del pasillo. Caminé hasta el final y vi un gran comedor vacío, quedaban algunos muebles tapados con sábanas viejas y todo estaba cubierto por polvo. Hacia un lado y hacia otro había algunas puertas, era difícil orientarme, tenía la sensación de encontrarme perdido todo el tiempo. De verdad estaba perdido.

Un ventilador de pie todavía seguía girando, a medida que me acercaba se hacía más fuerte su ruido, un ruido casi áspero, ruido oxidado, las aspas chocaban alguna parte de la protección y esa fricción marcaba los segundos como un cronómetro improvisado. El pobre viento que producía el aparato hacía mover los papeles de la mesa, no era mi intención revisar la casa, buscaba volver a la puerta con algunas fotos para demostrarle al jardinero lo que había hecho y solamente satisfacer algo de la curiosidad que siempre me había producido, pero las hojas comenzaron a volar, cayendo a mi lado. Recogí una pequeña hoja con un breve texto, el papel ya estaba amarillento y parecía fácil de resquebrajar.

"Las cucharas golpeaban las tazas, de estar tan acostumbrados el uno al otro revolvían al unísono, faltaba poco para que todos den sorbos al mismo tiempo también, así fueron todas sus tardes gran parte de sus vidas. Yo desprecio cada segundo en la mesa con ellos, desearía poder gritarles que se han convertido en un montón de nada, pero una nada que logra enfurecerme. Ellos no contestarían más que con llantos y gritos escandalosos, seguramente todos al mismo tiempo, se levantarían de la mesa y se irían a sus cuartos y quizá, con suerte, alguno finalmente abra la puerta del patio, cruce el cerco y se deje arrollar por el tren. Pero no podía hablar, su estupidez era el escudo más efectivo, yo no sabía si deseaba lastimarlos tanto, se veían al mismo tiempo inocentes en su superficialidad, en sus risas exageradas y en sus modales"

Mis ojos se habían quedado fijos en el papel, lo sostenía cada vez más fuerte, cada palabra podía haber sido mía, eran mías, y lo apreté hasta que se fundió en mi piel, en mis manos, y luego solo pude abrazarme, con cada brazo temblando.
Ahora el viento corría de ventana a ventana, caminé y otra anotación vino a mí, desde las ventanas podía ver que el sujeto del patio seguía mi recorrido, podía ver sus manos en la ventana, apoyándose para mirar hacia adentro mientras los papeles volaban por toda la habitación. Estaba asustado, perdido, lleno de emociones encontradas y mis emociones siempre habían tendido a jugarme en contra.

"El vaso se rompió, sus restos se esparcieron por todo el piso, yo caí de espaldas golpeando contra una mesa. Fue una vergüenza levantarme ante la mirada de todos en la casa, mientras se tapaban la boca con ambas manos en un gesto de asombro, pero había dado el primer paso, mi padre sangraba, tenía el labio partido, pudo haber avanzado sobre mí y terminado todo, pero yo me levanté, ambos nos quedamos quietos mirándonos fijo, maldiciéndonos. Ya no nos unía nada, se dio vuelta y se fue rechazando la ayuda de mi madre que corrió detrás de él. Mis hermanas me miraban sorprendidas, poco hubiesen hecho ellas para liberarse de semejante escoria, pero no, ellas no lo harían, eran lo mismo, eran iguales, todos acá lo eran. Debía marcharme, empacar y salir de la casa en sus narices, ya no me podían prohibir nada."

Oí la puerta, oí pasos pero los oía en todas direcciones, no podía adivinar de donde procedían. Había ingresado el jardinero, su mirada era extrañamente parecida a la de mi padre, su rostro también. Sacó un arma y me la lanzó, me sonrió y bajó la cabeza en un gesto que me llenó de serenidad. Tomé el arma y le disparé en la cabeza.

Otra vez crucé el cerco, esta vez para no regresar.